Cada 9 de septiembre el mundo conmemora el Día del Vehículo Eléctrico, una fecha que nos llama a reflexionar sobre el lugar que ocupa la electromovilidad en nuestra vida cotidiana y hacia dónde nos dirigimos como sociedad. En Chile, los últimos cinco años han sido testigos de un avance vertiginoso: hay ciudades que ya cuentan con flotas completas de buses eléctricos, como ocurre en el norte del país, y la capital se ubica entre las urbes con mayor número de este tipo de vehículos a nivel global. No obstante, si bien el transporte público ha dado pasos firmes, la electromovilidad particular y el transporte de carga aún enfrentan enormes desafíos.
Uno de los principales obstáculos está en la infraestructura de carga. Hoy, las estaciones de servicio ofrecen uno o dos cargadores, lo que resulta insuficiente ante la creciente demanda. A esto se suma la complejidad de la vida urbana: edificios y condominios carecen de sistemas preparados, generando tensiones sobre quién asume el costo de cargar un vehículo eléctrico en instalaciones comunes. Si proyectamos este escenario a cinco o diez años, la brecha se hace evidente..
A la falta de cargadores se añade otro reto: el costo y la percepción social. Aunque ya existen modelos más accesibles, los autos eléctricos siguen siendo prohibitivos para muchas familias. Y mientras las redes sociales amplifican casos de fallas técnicas, los beneficios medioambientales y de eficiencia quedan en segundo plano. Como academia, tenemos la tarea de visibilizar las ventajas de este cambio: menos emisiones locales, menor contaminación acústica y la posibilidad de integrar energías renovables a nuestra vida diaria.
La Estrategia Nacional de Electromovilidad, que fija la meta de que al 2035 todas las ventas de vehículos correspondan a modelos de cero o bajas emisiones, es ambiciosa y necesaria. Sin embargo, cumplirla requiere ajustes permanentes: extender la red de carga a todo el territorio, garantizar que exista un punto cada 100 kilómetros y entregar incentivos reales a los compradores. La transición no se logra solo con metas en el papel, sino con la certeza de que quienes apuesten por un vehículo eléctrico tendrán cómo y dónde utilizarlo sin restricciones.
La experiencia de la Región de Ñuble, donde lideramos el proyecto FIC-R “Plan de acción para la adopción de electromovilidad”, financiado por el Gobierno Regional de Ñuble y ejecutado por la Universidad Católica de la Santísima Concepción, muestra que este cambio no es solo tecnológico, sino también cultural y territorial.
Planificar infraestructura, formar capital humano especializado y entregar información clara a la ciudadanía son pasos indispensables para que la electromovilidad deje de ser una promesa y se convierta en un derecho de acceso equitativo.
El futuro ya está aquí, pero si queremos recorrerlo necesitamos más que autos eléctricos: necesitamos carreteras, infraestructura de carga, reglas claras y, sobre todo, la convicción de que este cambio es ineludible. El tiempo corre y cada decisión que tomemos hoy pavimenta el camino hacia un transporte limpio y responsable para las próximas generaciones.
Dr. Eduardo Espinosa Neira
Investigador del Centro de Energía UCSC, profesor asociado del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Director del proyecto FIC Electromovilidad Ñuble